“¡El fútbol es libertad!”, dijo alguna vez. El deporte rey fue la pasión más pública del legendario cantante de reggae, el jamaiquino más famoso del mundo. Vivió y murió por el fútbol.
Por Mauricio Gil
Es extraño. Nunca creó versos sobre gambetas y pases de pelota. El gol no estuvo presente en ninguno de los “riffs” y melodías que creó como ruego a Jah ni rindió tributo a Pelé, a quien admiraba. Quizá porque el único rey para él era Haile Selassie, la encarnación de Dios en la tierra para los rastafaris, y no el brasileño del Cosmos. La mundanidad del juego no tenía espacio en sus pregones del panafricanismo. Guardó su necesidad por el balón para cuando los reflectores se apagan, la guitarra calla y el canto se aplaza. No le dedicó una sola canción, pero el cantante de reggae más famoso de la historia siempre lo practicó. Ya sea en el estudio, en Kingston, París, en la casa de sus amigos o en algún parque, vivía la realidad que hubiera tenido de no ser músico. Bob Marley no podía vivir sin el fútbol. Y moriría por él.
“El fútbol es una habilidad en sí misma. Todo un mundo; un universo por sí solo. Yo lo amo, porque debes tener la suficiente destreza para jugarlo. ¡Libertad! ¡El fútbol es libertad!”. Robert Nesta Marley lanzó su primer álbum de estudio en 1965, pero aprendió el “dribbling” antes que afinar la guitarra y ensayar con su voz rasposa. Sus biógrafos ensayan que antes de formar The Wailers era mucho más jugador que cantante. Pero eligió lo segundo. Llegó a ser considerado un profeta del movimiento rastafari y fue la llave para que el reggae se masificara globalmente. Marley vestido con el uniforme de la selección jamaiquina es solo un ejercicio de imaginación. Sin embargo, su elección nunca eliminó el impulso de desmarcarse y anotar, de hacer “salads” (huachas) y ser el capitán en cada equipo que jugaba. Conjugó ambas decisiones hasta después de morir el 11 de mayo de 1981. Marley fue enterrado con su Gibson Les Paul, un moño de marihuana, un anillo, el Kebra Nagast (la biblia del movimiento rasta) y una pelota. No era una afición, era parte de su pasión por la vida.
En el libro “Bob Marley: Songs of Freedom” se atestigua cómo Marley escribía sus canciones en la ruta de sus viajes, al mismo tiempo que se levantaba al amanecer para correr, hacer ejercicio y jugar. Cualquier espacio complacía a sus piernas, mientras hubiera una pelota, así fueran las habitaciones de hotel. En 1970 viajó a Río de Janeiro, donde llegó a jugar contra el brasileño Paulo César, quien jugó junto a Pelé en el Brasil campeón de México 70. Tras el término del partido, el jamaiquino recibió la camiseta de “O Rei” del Santos. “Rivelino, Jairzinho, Pelé, Brasil es mi equipo. A Jamaica le gusta el fútbol debido a los brasileños”. Tanto se entregaba a este deporte, que se enfermó de él.
Ocurrió en 1977. Marley, que jugaba como volante creativo recostado por izquierda, recibió un punzante pisotón del periodista Danny Baker en un partido en el Battersea Park en Gran Bretaña. Debido a su religión no se trató la herida en su pulgar del pie, la cual se infectó. Los doctores solo encontraban solución en la amputación, mas Marley siempre respondió: “Mi religión no aprueba la amputación. Yo no dejo a un hombre desarmado”. La herida se pudrió en su cuerpo, la que avanzó como un cáncer que fue consumiéndolo sin cesar, hasta alcanzar sus pulmones y el cerebro. Dejó que el fútbol y sus creencias infectaran su cuerpo. Tres años después de su lesión, se apagó su voz.
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