viernes, 28 de diciembre de 2012

El Houdini del fútbol


Con el Barcelona. Kubala fue un símbolo del club catalán.


Harry Houdini nació bajo el mismo cielo de Budapest, casi medio siglo antes. La ciudad -dicen- ya mostraba sus bellezas sin disimulo hacia fines del siglo XIX, cuando el ilusionista ya estaba haciendo en Estados Unidos lo que todo el mundo conoce: escapar. Ladislao Kubala también fue un ilusionista. Pero por otras razones. Lo empujaron sus ideas, las necesidades, algunos miedos, su talento, su instinto... Vivió odiseas, conoció infiernos y construyó paraísos. Dentro y fuera del ámbito en el que eligió desarrollarse: el fùtbol. Se fue de la Hungría de su nacimiento en un tren que no tenía claro adónde iba. Eludió el servicio militar en tiempos del comunismo, tras esconderse bajo una lona en la parte trasera de un camión para salir del país. Se hizo pasar por soldado soviético para entrar en Italia; y hasta protagonizó una película sobre su largo periplo.

A los 18 años ya jugaba en Primera, con la camiseta del Ferencvaros -un grande del fútbol húngaro-; se mudó a Checoslovaquia para ofrecerle goles al Slovan Bratislava y hasta se puso la camiseta del seleccionado de ese país. Regresó a Budapest, jugó en el Vasas. Se destacó. Jugó para Hungría en un puñado de partidos. Cuando llegó la Cortina de Hierro, la trepó a su modo: con imaginación. Fue a Italia. Llegó a Busto Arsizio, la sede del Pro Patria, entonces protagonista de la Serie A. Aquel momento, lo contó alguna vez él mismo: "Cuando llegué al entrenamiento, vi que iban a empezar con ejercicios físicos. Fingí que no estaba listo hasta que se pusieron a hacer carrera continua, y entonces empecé a hacer malabarismos con el balón por mi cuenta. El presidente del club me vio y me dijo, en broma: '¡Si eres capaz de dar 400 toques sin que se te caiga el balón al suelo, te doy mi reloj!'. Se pensaba que era imposible, pero no me lo tuvo que decir dos veces. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, con el muslo… luego una serie de toquecitos de cabeza, y vuelta a empezar… 398, 399, 400, sin problema. Después, por si acaso, di de propina una vuelta al campo sin dejar caer el balón. Se quedó alucinado. Yo también: ¡era un reloj realmente lindo!".

Enseguida, Kubala ya estaba jugando para el Pro Patria. Deslumbó su habilidad. Y el mejor equipo del mundo en los años cuarenta, el Torino, se lo quiso llevar. Kubala aceptó en principio. Pero su hijo se enfermó. Y él, que estaba a punto de sumarse al plantel para jugar un amistoso en Lisboa, ante Benfica, prefirió desistir el ofrecimiento. Esta vez, el destino lo ayudó a escapar de la tragedia. La hélice, casi lo único que quedó de aquel avión al que no se subió, es el retrato de una ausencia. En la zona del viejo Stadio Filadelfia, en Turín, un monumento breve es el módico homenaje para uno de los más brillantes equipos de todos los tiempos: Il Grande Torino de los años 40. El accidente aéreo de 1949 se devoró a aquel equipo. Ganaban todo lo que jugaban: cinco Ligas consecutivas desde 1942 hasta 1949, clásicos contra la Juventus, amistosos... Sólo la Segunda Guerra evitó -por la suspensión del calcio entre 1943 y 1945- que fueran más los Scudettos sucesivos. Un dato contaba su jerarquía: diez de los once titulares del seleccionado italiano pertenecían al Torino. Kubala, crack en marcha por esos días, había huido de la muerte sin darse cuenta.

Lo mejor de su carrera estaba por suceder. Primero fue una gira con un equipo integrado por exiliados que recorrió media Europa, el mítico Hungaria, fundado y dirigido por Fernando Daucik, su suegro, con quien llegó a compartir un campo de refugiados en territorio italiano. Jugaron dos partidos en Madrid y enseguida Kubala les llamó la atención a varios clubes: el Real Madrid y el Atlético, entre otros. Y también a un personaje clave en su vida deportiva: Pepe Samitier -ex goleador y referente de los años 20, ex entrenador en los 40- entonces ojeador del Barcelona. Cuando tenía casi todo acordado con la Casa Blanca de Santiago Bernabeu, el asombroso Samitier -un vivillo de su tiempo- lo convenció de firmar con el club catalán. Lo sedujo con promesas indeclinables, más allá del mayor sueldo del plantel (incluso por encima de César Rodríguez, el goleador récord hasta la llegada de Messi): juntar a su familia en Barcelona y poner a Daucik como entrenador del equipo.
 
Entonces, llegaron nuevos problemas: Hungría lo declaró como un estafador por haber abandonado el país. Y, en consecuencia, la FIFA lo suspendió. Pero otra vez Samitier encontró un camino para resolverlo: el contacto con el dictador Francisco Franco resultó la clave. En pocos meses, Kubala se convirtío en ciudadano español. En breve, se transformaría en el primer ídolo masivo del público blaugrana. Y hasta representaría a España, su tercer equipo nacional. Fue para el que más aportó: diecinueve partidos y once goles. Y también, claro, se puso la vestimente del seleccionado de Cataluña. Una curiosidad tardía: la misma FIFA que lo suspendió en 1950, ahora lo celebra en su Salón de la Fama y lo define como "un malabarista del balón y de la vida".
 
El propio Barcelona, que lo ubica en su la sección de Leyendas en su página oficial, retrata la dimensión del futbolista: "Kubala es un jugador que cambió la historia del Barça y se convirtió en una figura mítica del barcelonismo. El crack húngaro incorporó unas novedades técnicas nunca vistas, como el disparo con efecto. Con él comenzó una auténtica edad de oro para el FC Barcelona. Kubala desplegaba su juego en el centro del campo, y todas sus cualidades futbolísticas destacaban por su tono superlativo: fuerza física fuera de lo común, técnica de un malabarista, extraordinaria visión de juego, habilidad rematadora, maestría insuperable en el lanzamiento de faltas y penaltis y dotes de líder. Aquel juego brillante de un equipo que dominó el fútbol español y que brilló en Europa dejó pequeño el campo de Les Corts. Ya nadie dudaba que el Club necesitaba un estadio más grande". El Camp Nou nació de la necesidad de verlo a Kubala. Por eso, no hay casualidad: una estatua le rinde tributo en el estadio.

Fue parte fundamental de un Barcelona casi tan hegemónico como el actual: El Equipo de las Cinco Copas de la temporada 1951/52; el mismo que haría doblete (Liga-Copa) en la campaña siguiente. Cuentan que le pegaban mucho y que resistía siempre un poco más. Y sobre todas las cosas, desperataba admiraciones de todos los culés. Joan Manuel Serrat le dedicó la canción que se titula con apenas seis letras "Kubala". Y comienza con una comparación que lo ubica en el pedestal de la historia: "Pelé era Pelé / y Maradona uno y basta./ Di Stéfano era un pozo / de picardía. / Honor y gloria a quienes / hicieron brillar el sol / de nuestro fútbol / de cada día. // Todos tienen sus méritos; / a cada quien lo suyo, / pero para mí ninguno / como Kubala."

A Kubala -tercer máximo anotador del gigante catalán en partidos oficiales- también se le daba por construir algunos récords. Si hasta Messi, que en 2011 superó los 243 goles del húngaro, tendrá que esforzarse para alcanzar una de las marcas del grandísimo Ladislao: en 1952, le metió siete goles al Sporting de Gijón, en el triunfo por 9-0 del Barça. Además, cinco de los goles sucedieron en apenas 19 minutos. Sólo otro jugador consiguió ese registro en un mismo partido de la Liga de España: Bata, del Athletic de Bilbao: un 12-1, curiosamente al Barcelona, en 1931. Pero las maravillas de Kubala tenían que ver sobre todo con cierta estética. Cuando le pegaba a la pelota, muchos creían que algo distinto había en su tiro con efecto: magia. Este 2012 se cumplieron diez años sin Kubala. En Cataluña hubo homenajes y notas que lo recordaron. El periodista Frederic Porta publicó la biografía novelada del crack. El título del libro es también una definición: "Kubala, el héroe que cambió la historia del Barça". Houdini, esta vez, no pudo escapar al elogio que lo califica. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario