"El fútbol es la religión laica de la clase trabajadora", definió con maestría el historiador británico Eric Hobsbawm una de las pasiones que desvela a mayor número de mortales.
El historiador inglés desaparecido ayer resumió en una figura muy gráfica la enorme complejidad de un juego, deporte, espectáculo e industria que incluye aristas de la sociedad, el lenguaje, la comunicación y la cultura, como pocos.
Hobsbawm, junto a un puñado de historiadores brasileños y argentinos, fue uno de los pocos que se interesó por el fútbol como fenómeno digno de ser analizado como objeto de estudio de las ciencias sociales, para muchos de cuyos autores era impensable que ocupara tamaño lugar en la academia.
¿Acaso el fútbol no unió, diseñó, amalgamó y apasionó a los numerosos inmigrantes de todas las latitudes que poblaron nuestro país en los encantadores clubes que fueron auténticos generadores de ciudadanía y de inclusión social? Quizá el fútbol guarde algo del orden de lo divino o de lo mágico por lo cual se transforma en un poderoso imán que atrae a multitudes variopintas.
Siempre me llamó la atención aquella definición de Hobsbawm, un riguroso pensador europeo, que también supo interpretar las pasiones más mundanas, a tono con aquella brillante reflexión de Albert Camús, que hasta jugó al fútbol como arquero: "Todo lo que sé de moral y obligaciones del hombre lo aprendí en el fútbol, donde la pelota nunca viene por donde uno la espera".
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