sábado, 27 de octubre de 2012

RIVER-BOCA VISTO POR FANS FUERA DE ARGENTINA

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El tema acá es la distancia. Y la incertidumbre. Qué podrá hacer un gallina que vive en Australia, del otro lado del mundo y del Monumental. O cómo se las arreglará un bostero instalado en Murcia, a diez mil kilómetros del lugar donde mañana se detiene el tiempo por dos horas. Si un alejamiento provoca nostalgia, pena y cierto vacío por lo que se dejó atrás, ponerle el pecho a un superclásico desde un remoto país no es para cualquiera. Hay que ser muy hincha para estar en Munich y seguir a través de Twitter las idas y vueltas de Trezeguet, o para enterarse en Japón que al final juega el Pochi Chávez mientras en las calles hablan un idioma inexplicable. Un domingo de superclásico las pequeñas incertidumbres se convierten en dudas existenciales, y las distancias se hacen más largas todavía.
Tal vez porque la mejor manera de bancarse el desarraigo sea reunirse con pares que padecen la misma abstinencia futbolera, es que en el mundo se crearon las peñas, esas sucursales de los clubes manejadas por hinchas que no toleran pasar en soledad las crisis nostálgicas. Y cuando llega un superclásico, claro, las de River y Boca explotan. Qué mejor que compartir la adrenalina con gente que entienda cuando un xeneize se lamente porque en River no ataja Carrizo. Es lo que va a ocurrir en las catorce filiales de River y las dieciséis de Boca que tienen por el mundo. El partido más convocante del torneo Inicial tendrá su propio eco de Brasil a Australia, de Paraguay a Israel, allí donde las peñas marcan su propio territorio.

Passuccismo. La peña de Boca en Murcia, España, se llama Roberto Passucci. La creó hace quince años Raúl Mónaco, un chaqueño que emigró en 1988 y ahora se queja del 25 por ciento de desocupación que azota al país ibérico. La filial está integrada por unos treinta socios que se juntan en el tradicional bar La Puerta Falsa cada vez que juega el equipo de Falcioni. Y allí, claro, estarán mañana a partir de las 15.30, para llenar el bar de camisetas, banderas y fervor xeneize. “La distancia no cambia nada, lo voy a sufrir como si estuviera en el Monumental o en La Boca –dice el presidente–. Pensar que hace veinte años, cuando vine a vivir a España, cada domingo a la noche llamaba por teléfono a Resistencia para que mi hermano me contara cómo había salido Boca, y ahora puedo mirar en vivo hasta las conferencias de prensa.”
España también tiene su rincón Millonario: la peña de Madrid tiene cerca de cincuenta socios activos y ya tienen previsto que mañana van a respetar una cábala: para ver el partido se van a juntar en un bar de la calle Santa María de las Cabezas, que seguramente será invadido por camisetas y banderas blancas con bandas rojas. Beto Nahmad, uno de los miembros de la filial, le contó a PERFIL: “La semana pasada comimos un asado con el Chori Domínguez. Fue el anticipo del festejo de este domingo. Ganamos dos a cero.”

De este lado del Atlántico las peñas también se multiplican. En los Estados Unidos, por ejemplo, hay siete: cuatro de Boca y tres de River. Matías Gabriel Gonzalez Bebeñi, de la filial del Millonario en Nueva York, se bancó el padecimiento de la B Nacional a 8.500 kilómetros. Después de eso, nada puede ser peor. “Este fin de semana vamos a estar a full una barra de amigos gritando y saltando –se entusiasma Bebeñi–. En momentos y lugares así te das cuenta que a pesar de no ver a tu patria por años, de no saber ya lo que es ser argentino, sabés que River es fija, que es un amor eterno que no conoce fronteras”.

A pasitos de la filial de River en Nueva York, hay una de Boca: tiene unos diez integrantes estables y está en Miami, en la zona conocida como Pequeña Argentina. Se juntan en un club que ofrece lo indispensable: parrilla, pileta y televisión.

Y ahí estarán, con sus camisetas, sus banderas, sus ganas de gritar goles a pesar de los kilómetros. El presidente Miguel Recalde dice que está tan ansioso como ante cada superclásico, y para graficar su pasión bostera explica orgulloso: “tengo la única sombrilla con el escudo de Boca que hay en todas las playas de Miami”.

Pero si hay un lugar extraño donde instalar una peña es en Nueva Zelanda. El que se animó es Martín Jona, un hincha de River que lo hizo a pesar de los horarios. Cuando la pelota se ponga en juego en Nueva Zelanda ya serán las 7.30 de lunes, y ahí estará Jona en su casa, con la gente de la filial, para arrancar la semana de manera intensa.

A miles de kilómetros de Buenos Aires hay cosas que se extrañan: una bondiolita al paso, el bar con los amigos, las chicas en verano o la Taragüí sin palo. Para todo lo demás, existen las peñas.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL 

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